miércoles, junio 20, 2007

Atraco en Cádiz

Por Arturo Pérez Reverte.
Cádiz. Última hora de la tarde. Calle casi desierta, a excepción de David, hijo de mi amigo el artista gaditano, especialista en reconstrucción de uniformes históricos, Miguel Ángel Díaz Galeote. David, que tiene catorce años, acaba de salir del colegio y espera sentado en la parada el autobús que lo lleve a casa. Pasa algún coche de vez en cuando. Al rato, atento a la llegada del transporte, ve acercarse una bicicleta desde el extremo de la calle. Sin prestarle atención, sigue hojeando los apuntes que tiene sobre las rodillas, porque dentro de tres días hay examen y lo lleva crudo. Mientras tanto, despacio, la bici llega hasta él. David levanta la vista y comprueba que se ha detenido y que, apoyado en el manillar, lo observa un chico un par de años mayor que él. El recién llegado lo mira muy fijo. Tiene el aire clásico de los zagales duros de allí. Así que David, pese a ser un crío tranquilo, se mosquea un poco.
–Dame er dinero, quillo –dice el de la bicicleta.
Los pocos coches que pasan no se percatan de la situación; y aunque así fuera, que se detuvieran es otra cosa. David, que no tiene un pelo de cobarde, tampoco lo tiene de chuleta, ni de tonto. Sabe que allí solo, frente a uno de dieciséis años, va listo. Indefenso total. Así que lo mira a los ojos, procurando no mostrar más preocupación que la justa.–Sólo llevo un euro –responde–. Para el autobús. Habla con la calma de quien dice la verdad. El otro lo mira de arriba abajo, despectivo, apoyado en el manillar. Por un momento, David piensa en el reloj que lleva en la muñeca, regalo de sus padres. Espero que no le dé por quitármelo, se dice. Pero al otro sólo le interesa el metálico.
–Vacíate los bolsillos.
Resignado a lo inevitable, David obedece. Deja los apuntes en el suelo y se levanta. Su único capital, el solitario y patético euro, reluce en la palma de su mano. Sin dejar la bici, el otro se apodera del botín. Luego se aleja pedaleando tranquilamente, haciendo eses por la calzada. David suspira, coge sus apuntes y echa a andar por la acera, en la misma dirección por la que se aleja el precoz chorizo que acaba de arrebatarle su capital. Media hora hasta casa, calcula. Algo menos si camina deprisa. A trechos se sorbe un poco la nariz. No está avergonzado –es un chaval sereno y sabe que la vida es así–, pero siente picado el orgullo. Si el otro hubiera tenido su edad, el euro habría tenido que quitárselo a golpes, si se atrevía. Pero las cosas son lo que son. Así que aprieta el paso, inquieto porque llegará tarde a cenar y su madre estará preocupada.
–¿Aónde vas, quillo?
El joven atracador, que al volverse a mirar atrás lo ha visto caminar, acaba de describir una curva con la bicicleta y ahora pedalea a su altura, mirándolo con curiosidad. Sin aflojar el paso, ceñudo, David responde.
–¿Dónde voy a ir? A mi casa.
–¿Andando?
–Me has quitado el euro.
El otro se queda pensando. Luego le pregunta dónde vive, y David se lo dice. En la calle tal, número cual. Durante un trecho, el pisha sigue pedaleando a su lado, el aire reflexivo, mirándolo de reojo. De pronto frena.
–Sube, quillo. Que te llevo.
–¿Qué?
–Que subas, oé.
Y entonces, David, con la naturalidad de sus benditos catorce años, se instala en el único asiento de la bici y se agarra a los hombros del choricillo, que, de pie sobre los pedales, sin sentarse, lo lleva tranquilamente por la avenida, durante diez o doce minutos, hasta la puerta misma de su casa.
–Gracias –dice al bajarse.
–De nada, quillo.
Y el joven atracador se aleja muy digno, pedaleando.
Dicho en una palabra: Cádiz.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola

Yo no se si será Cádiz capital o provincia, ya que yo viví una experiencia similar, cerquita en la Isla, sólo que era primera hora de la tarde, donde to dios (o casi tó) está durmiendo la siesta y eran dos en una mobilette, de esas que ya cuesta verlas (la edad no perdona)

Iba yo andando para sacarle a mi padre las recetas de las medicinas al ambulatorio, allí, abajo del Parque, cuando me invitaron amablemente a que les dejara todo lo que llevaba encima de dinero, al dárselo (Por mu tieso que he estao, nunca sentí apego por lo material :D) además me quitaron la gorra e intentaron hacer lo mismo con las gafas de sol que llevaba, a lo que con un giro de cabeza, y bendita mi inocencia, les dije que con la gorra iban sobraos y que no les "dejaba" las gafas. Así que el que me había quitao el dinero y la gorra se volvió para montarse de nuevo en la mobilette, y yo ni corto no perezoso, me quedé quieto mirándolos, más por miedo que por curiosidad. La cosa es que cuando vieron que la gorra era de Pearl Jam empezaron los dos a discutir, y el mismo que me había quitado la gorra se bajó y me dijo:"Perdona te habíamos confundido con un pijo" :O
Al final se quedaron con los 30 duros pero me devolvieron mi gorra de Pearl Jam.

Moraleja, pos no se si como dice Arturo es Cádiz o como dice el dicho todavía "hay clases y clases" o que tuve la suerte de que fuera su grupo favorito...

San dijo...

Tu lo tuviste que pasar fatal, Nando, pero tal y como lo cuentas, no puedo evitar que me haga gracia tu historia, al igual que la de Perez Reverte. Además, conociendo las caras que pones, te imagino contando la anécdota, y no puedo evitar reírme :).

Besitos X2.

San

Paula dijo...

Yo he estudiado este texto en clase con mis alumnos de español. Te partes, aunque muchos no lo pillan. No conciben un "ladrón bueno"
Un besote familia

Anónimo dijo...

Me ha encantado, y yo que vivo desde hace 8 años fuera, pienso que si, que Cádiz es especial.

Anónimo dijo...

La verdad es que curioso sí que es. En Cádiz, hay buena gente hasta para que te atraquen :).

Eva.