domingo, enero 21, 2007

Capítulo 2 del cuaderno bitacora

Aquí estoy de nuevo en la segunda parte de nuestras vivencias en el país alauíta. Tras el último tramo de autobús desde Rabat, en el cual pudimos comprobar que los conductores marroquíes poseen un sentido especial para evitar los accidentes, llegamos al hotel de Marrakech.
Aunque las caras denotaban un cansancio acumulado importante, las ganas por llegar a nuestro destino podían con todo lo que habíamos pasado a lo largo de la jornada. No se sí por el cansancio, o por la bondad de las almohadas de las camas del hotel, la noche representó ser un bálsamo para todos los integrantes de la expedición.
Al despertar de un sueño reparador, y tras deleitarnos con viandas dulces (miel y pasas) y saladas(tortas ácimas), comenzamos a disfrutar de lo que ofrece la ciudad a pies del Atlas; que por otro lado no es poco.
El palacio de la Bahía, resultó ser nuestro primer destino. Este antiguo palacio árabe se convirtió en la sede administrativa del protectorado francés. En el mismo pudimos comprobar hasta que punto el protectorado Francés amoldó lo árabe a lo europeo. Si bien, he de confesar que nuestros vecinos gabachos realizaron un trabajo importante (conservación de patios, puertas, mosaicos, vidrieras, etc), pude intuir por otro lado como se desarrolló todo este trabajo, y los sentimientos encontrados que se pudieron suscitar dentro de unas personas que estaban siendo "protegidos" por unos extranjeros los cuales eran los únicos que sabían como era la vida en este nuestro planeta azul.
Sandrita y Raquelilla en el Palacio de la Bahía
Estas dos joyas son españolas

A pesar de que aquí podéis disfrutar de dos personajillas bien avenidas, el que suscribe estas lineas se "jarto" de ver y fotografiar elementos arquitectónicos que por si solos son joyas de la cultura universal. Lejos de cansaros con mis fotografías, me gustaría expresar con palabras el recorrido por las callejuelas que nos esperaban a la salida del palacio de la bahía, y las cuales nos iban a ir acercando, como si estuviera previsto en un plan, a unos de los emblemas de Marrakech. Este recorrido comenzó con una serie de alfombras de distintos tamaños, dispuestas cada una de ellas en una pared.

Este panorama lejos de mostrarse repetitivo causó enorme expectación en todos nosotros, supongo que por un pensamiento de enorme trabajo en la puesta y retirada diaria de estos enseres. Posteriormente comenzamos a adentrarnos en lo que parecía ser un zoco de los innumerables de la ciudad, aunque en el trasiego entre estas tiendas, observamos un día a día normal y corriente. Menores acudiendo al colegio, albañiles con sus portes de ladrillos, y tiendas de todas clases, adornaban este recorrido el cual mostraba elementos de una época en la cual la calle era el centro neurálgico de la vida comunitaria.

Cuando ya íbamos acostumbrándonos a estos elementos tan cotidianos en la vida del lugar, comenzamos a percibir un nuevo elemento de la vida árabe, elemento que por la naturaleza del sentido por el cual era percibido, resulta enormemente atrayente. Sí, el olfato empezó a hacer de las suyas con sus figuras recurrentes y sensaciones enormemente gratificantes, y a la vez inalcanzables. Sí señores y señoras, nos metimos en un embudo de sensaciones que desembocó en un enjambre etnográfico que por su particularidad y grandeza se merece el tercer capítulo de este cuaderno de bitácora.

Panorámica de la plaza Djema El ´Fna tomada desde el café Glacerie

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